—Buenas noches, compañeros, les agradezco su presencia. Como sabemos, el Museo Británico de nuevo hizo de las suyas y robó el sarcófago del compañero Imhotep —dijo el Dr. Henry Jekyll, quien presidía la reunión de emergencia que organizó la autonombrada Asociación de Prodigios—. Esta noche revisaremos el plan para recuperarlo.
—Yo lo que quiero saber es cuánto me van a pagar por este trabajo —cuestionó Griffin, el Hombre Invisible, con impaciencia.
—¿Me tengo que transformar para esta faena? —preguntó irritado Larry Talbot—. Porque descubrí que puedo mantener mi licantropía bajo control si tomo plata coloidal antes de la luna llena.
—Compañeros, todas sus inquietudes serán resueltas una vez que estudiemos el plan —respondió Jekyll—. Frankenstein, ayúdame a desplegar la pantalla del proyector, por favor.
—¡Por enésima vez, Frankenstein era mi padre! —refunfuñó el engendro—. A mí nunca se me dio un nombre.
—¿Entonces cómo te decimos? —preguntó Jekyll.
—Supongo que lo adecuado sería “Adán”, por ser el primero de mi creador —contestó la criatura.
—Está bien, Adán —dijo Jekyll—. Comencemos.
—¿Quién es Adán? —murmuró el Conde Drácula, quien había llegado tarde a la reunión.
—Frankenstein se cambió el nombre —susurró Griffin.
Los miembros de la asociación quedaron maravillados con el recorrido virtual que el Dr. Jekyll había preparado para ellos. Antes de siquiera poner pie en el lugar, ya sabían exactamente dónde se encontraba el sarcófago, ya habían localizado el centro de comando de seguridad del museo y, por si fuera poco, ya habían trazado su ruta de escape. Lo que restaba era confirmar que todo siguiera físicamente en el mismo sitio que en el paseo en línea y que se familiarizaran con las rutinas del personal de seguridad.
«Entrar por la calle Russel. Seguir derecho hacia la Gran Plaza justo al centro del edificio», Talbot repasaba el camino en su cabeza mientras paseaba por el museo, «¡Ese es el domo y ahí está la Sala Circular de Lectura! Voy bien. Tomar el pasillo de la izquierda y pasar frente al mostrador de turismo para grupos, frente a la entrada del salón de esculturas egipcias del lado izquierdo y frente a la tienda de recuerdos del lado derecho. Continuar por el pasillo hacia la escalera oeste detrás de la cafetería». El licántropo iba encantado en su recorrido. El bullicio de la gente en la Gran Plaza, la reverberación de sus voces y el olor de la comida de las cafeterías creaban un ambiente fascinante para él. «¡Ay, no! ¡¿Tienen pastelillos de crema de maní?!», sus impulsos casi hacen que se abalanzara salivando sobre la charola de los postres, pero logró recobrar su concentración y se apresuró hacia la escalera. «Subir hasta el tercer piso y entrar en la sala 61 a la izquierda, “La Muerte y el Más Allá en Egipto: Momias”. Las paredes son azul celeste y esa debe ser la pieza de la tumba de Nebamun. Voy bien todavía», confirmó, «Avanzar hacia la derecha hasta la sala 62, “Arqueología Funeraria Egipcia”. Debe haber un tragaluz que recorre toda la sala y la primera vitrina de la izquierda debe exhibir toros sagrados momificados». Talbot iba tomando nota mental de las rutas de llegada y de escape. «Seguir avanzando por las vitrinas pegadas a la izquierda. Pasar los féretros de madera hasta llegar a los sarcófagos de lino con arcilla. El penúltimo, el que tiene la cara verde, es el de Imhotep. ¡Éste es!», se sentía tan orgulloso de haber podido seguir las indicaciones.
El plan era sencillo: Griffin, Talbot y Drácula entrarían en el museo con el último grupo de la noche del viernes, cuando tenían horario extendido, a las 19:30 hrs. De esa forma, ya estaría lo suficientemente oscuro para que el Conde no se desintegrara en la fila, pero la luna aún no estaría lo suficientemente llena como para que el licántropo empezara a destripar turistas. A las 20:20 hrs., cuando el personal de seguridad empezara a sacar a los visitantes, Drácula usaría su capacidad hipnótica para convencerlos de desactivar todos los sistemas de seguridad y de entregarle las llaves de las puertas. Hecho esto, le daría las llaves a Griffin para que dejara entrar a Adán, quien traería consigo las herramientas para romper la vitrina. Talbot subiría a la sala 62 a esperar que la luz de la luna que entra por el tragaluz lo transformara en hombre-lobo, y junto con Adán, llevaría el sarcófago hasta la camioneta que había rentado el Dr. Jekyll para huir del lugar. Drácula se convertiría en murciélago y escaparía volando una vez que los demás estuvieran lejos de ahí.
La operación fue un éxito y el sarcófago llegó a manos de Imhotep. Sin embargo, para su sorpresa, se trataba de una falsificación. El Sr. Hyde había vendido el original a un coleccionista privado y había estafado al museo con esa réplica. El Dr. Jekyll prometió enmendar el daño que había causado su contraparte y emprendió la misión de encontrar la pieza original para regresársela a su legítimo dueño.