—Le va a Tere contarnos qué la trajo a la vida itinerante —dijo Memo, el guitarrista, mientras señalaba con su tarro a la nueva integrante de la banda del crucero—. ¡Salud por la mejor cantante que hemos tenido en años!
—Mi motivación es un cliché, ya estarán aburridos de escuchar siempre lo mismo —respondió Tere cohibida, pero ante la insistencia de los demás músicos, continuó—. Vine aquí por un nuevo comienzo.
—Bueno, sí, muchos vinimos buscando un nuevo camino —aseguró Memo—. Muchos otros llegamos aquí huyendo del anterior. ¿De qué lado estás tú?
Ella tenía una buena vida. Se había casado muy enamorada, tenía un empleo bien pagado, aunque tedioso, donde ejercía su carrera de Arquitectura, y hasta veía a su familia para comer todos los domingos. Su mayor duelo llegó con la muerte de su padre, su músico favorito en la vida, quien le había enseñado a cantar y a admirar la belleza en el mundo; su mayor desconcierto fue que su ADN no coincidiera con el de él, ni con el de sus hermanos, cuando buscaba un donador compatible de médula ósea.
Los meses siguientes a su diagnóstico de anemia aplásica fueron un verdadero via crucis. Tras varias rondas de quimio y radioterapia, su cuerpo se deterioraba cada vez más, al grado de cuestionar si algún día recuperaría su vitalidad o si valía la pena seguir luchando. El hecho de que su esposo hubiera abandonado la relación no ayudaba en absoluto. «Esto no era lo que esperaba», dijo quien le había prometido acompañarla en la salud y en la enfermedad cuando se marchó. Afortunadamente, habían encontrado donador y el trasplante había sido un éxito. Poco a poco, Tere recobraba su salud y sus ganas de vivir.
Si bien su cuerpo había sanado, la duda de quiénes eran sus parientes biológicos seguía carcomiéndole el cerebro, así que contactó a un servicio de genealogía para buscar sus lazos familiares perdidos. A los pocos meses, la llamaron para informarle que habían encontrado a un tío del lado materno de su familia y ella accedió a reunirse con él.
—Eres igualita a tu mamá —dijo Pablo recién la vio, con la voz un tanto fría y titubeante, sin estar seguro de si era apropiado acercarse—. Por favor, pasen.
Tere tomó la mano de su hermana Rita y entraron juntas a la casa. Su hermano Ricardo las siguió y los tres se acomodaron en el sillón de la sala frente al señor que acababan de conocer, pero que, no sólo se parecía mucho a su hermana mayor, sino que tenía los mismos ademanes.
—Disculpa que no te presente al resto de la familia aún, pero quería asegurarme de que fueras realmente tú. Todo este tiempo pensamos que no te volveríamos a ver —dijo Pablo, con la voz quebrada—. A mi hermana nos la arrebató el malnacido de su marido en un arranque de celos. Se embriagó y los acribilló a balazos a ella y a mi mejor amigo porque pensó que andaban juntos. Hasta creyó que tú eras producto de ese engaño. Por supuesto que no era cierto, pero él se aferró a esa idea y el muy cobarde se dio un plomazo para no lidiar con las consecuencias de su bajeza. Para entonces habías desaparecido.
—¿Mi padre era un asesino? —preguntó Tere, horrorizada—. ¿Y qué pasó conmigo?
—Te buscamos incansablemente por años —afirmó Pablo—. La última pista que tuvimos de tu paradero fue que el tipo te abandonó en el bar donde se puso su última borrachera y uno de los músicos que tocaron esa noche te había llevado con él. Después de eso sólo fueron llamadas de gente cruel que quería dinero a cambio de mentiras.
Después de la conversación, Tere, Rita y Ricardo salieron de ahí con las piernas hechas un trapo y con más preguntas que respuestas. Nunca tendrían una explicación porque el único que pudo habérselas dado ya había muerto. La madrastra de Tere nunca cuestionó si ella era hija legítima de su difunto esposo: llegaron juntos y se convirtieron en su familia. Luego nacieron Rita y Ricardo y de lo que estaban seguros era que ellos seguirían siendo hermanos de Tere, tuvieran lazos de sangre o no.
Tere meditó bien su respuesta antes de compartirla con el resto de la banda del crucero.
—El pasado es algo de lo que no podemos escapar por más que corramos. Las penas se clavan en el alma y debemos encauzar ese dolor para neutralizar su veneno —declaró la cantante—. La traición tiene muchas caras. Se parece a quien nos abandonó cuando más le necesitábamos, o a quien rompió su promesa, o a quien nos mintió. A veces se parece a nosotros mismos cuando nuestro cuerpo nos falla, o cuando nos engañamos llevando una vida que no nos satisface con tal de quedar bien con los demás. Pero siempre queda de nosotros lo que hagamos con ese pesar.
El recuerdo de su padre siempre le traía paz a su corazón. Y en tiempos de desdicha, encontraba en esas pláticas el consuelo que tanto necesitaba.
—Pero, papá, ¿cómo puedo alegrarme de haber cachado a mi mejor amiga hablando mal de mí? —preguntó Tere, molesta.
—Mi niña, yo también hubiera querido que ella fuera sincera como tú, pero la vida te quitó a una traidora de tu camino —afirmó su padre con una sonrisa—. Eso te va a ahorrar muchas lágrimas.