—Cuéntame, Sergio, ¿Cómo vamos con los pensamientos intrusivos? —preguntó el Dr. Ramírez.
—De mal en peor, Doctor —contestó Sergio, angustiado—. A partir del accidente en las escaleras de mi casa se han vuelto más vívidos.
—¿Has usado las herramientas que te enseñé para el manejo de la ansiedad? —preguntó el psiquiatra, mientras veía a su paciente asentir con la cabeza—. Voy a ajustar tu medicamento y nos vemos el próximo mes para seguimiento.
Otra consulta, otra receta, pero Sergio no veía mejoría en su calidad de vida. Los terapeutas que lo habían atendido simplemente no entendían su inquietud, y es que él aún no sabía cómo explicarles que se había visto morir una y otra vez sin sonar como un completo demente.
Su racha de mala suerte no terminaba con las visiones aterradoras que tenía sobre su propio deceso, sino que venían acompañadas de horribles accidentes que lo dejaban apenas vivo. En una instancia, resbaló del descanso de la escalera y se dio un golpe tan fuerte en la cabeza que los médicos le aseguraron que sobrevivió de milagro. Él lo único que recordaba era ver su cuerpo azul-grisáceo colgado de la viga del techo sobre el lugar donde cayó.
En sus experiencias cercanas a la muerte no había luz al final del túnel, ni seres queridos fallecidos, ni sensación de paz. Al contrario, eran escenas atroces de su propio suicidio. No era que no lo hubiera considerado antes. De hecho, morir por su propia mano y bajo sus términos a veces sonaba como un buen escape a su tormento. Pero verlo, realmente contemplar su cuerpo inerte, hacía que desear terminar con su vida pareciera una locura.
Una noche, al acostarse a dormir, sintió una fuerte opresión en el pecho. Se rodó sobre su costado en la cama y se vio a sí mismo, inconsciente, acostado junto a él. «Sólo es tu imaginación, no puede hacerte daño», se repetía en su cabeza para evitar que el pánico se apoderara de él. Cuando se sentó en la orilla de la cama intentado respirar, su doble abrió los ojos y lo miró con aflicción. Vio que su boca se movía como si le estuviera hablando, pero no producía ningún sonido. Y así sin más, la visión se esfumó como si nada hubiera pasado.
Tal aparición lo había dejado atónito. Era la primera vez que se veía a sí mismo con vida y no había sufrido percances. Pasó toda la noche tratando de descifrar lo que su doble había querido decirle. Su intuición le decía que en ello podía estar la clave para ponerle fin a su suplicio, así que se puso a investigar en línea cualquier fenómeno que se acercara a lo que él estaba padeciendo. Sin embargo, lo único que encontró fue un sinfín de autoproclamados chamanes que vendían soluciones paranormales personalizadas de eficacia cuestionable.
En poco más de dos meses, Sergio había sentido el agua en sus pulmones cuando otro de sus dobles se ahogó en la bañera de su casa, había llegado al hospital vomitando sangre cuando otro más decidió tomar lejía, y había perdido la vista una semana debido al daño al nervio óptico que sufrió cuando aún otro se disparó en la sien. Él se sentía cada vez más lejos de encontrar un remedio que le permitiera vivir en paz. Creía firmemente que la ciencia tenía las mejores respuestas, pero la terapia no le había ayudado hasta entonces. Y, siendo un novato en cuestiones sobrenaturales, estaba perdido en un mar de conceptos totalmente ajenos a él. Ya no estaba seguro de dónde poner su fe, pero estaba dispuesto a probarlo todo.
En otra noche de entumecerse en el sillón y automedicarse con alcohol, Sergio volvió a sentir esa opresión en el pecho que lo hizo incorporarse sobresaltado. Junto a él vio sentado a su doble, esta vez bien despierto y alerta. Le mostró desesperado las palmas de sus manos: “¡Sálvanos!”, tenía escrito en su mano derecha y “Proyección astral”, en su mano izquierda. Ahora le quedaba claro que eso era lo que había tratado de decirle en su primer encuentro. Por fin tenía una pista que seguir y sin perder tiempo retomó su búsqueda.
Sergio se dejó atrapar en una espiral de conocimiento metafísico y, apenas se sintió listo, empezó a experimentar con ejercicios para el desdoblamiento. «Esto es tan estúpido», pensaba tendido en la cama mientras se concentraba en la relajación profunda, «Estás loco por pensar que esto va a funcionar». Estaba por darse por vencido cuando se dio cuenta de que podía observar todo lo que pasaba a su alrededor a pesar de tener los ojos cerrados. Y sucedió, pudo ver a uno de sus dobles sentado en la cama junto a él, a punto de tomar un puñado de pastillas para dormir. La impresión de verse hizo que soltara los barbitúricos y que Sergio regresara abruptamente de su viaje astral.
Aún le quedaba mucho por aprender, pero comprendió que era cuando su alma dejaba su cuerpo que coincidía con el doble que estuviera en el mismo espacio y tiempo, aún si estaba en otra realidad. Por eso los veía cuando morían. Desde ese momento, visita el plano astral cada noche para salvarse a sí mismo. Cada vez son menos los Sergios que se quitan la vida y más los que, gracias a sus viajes, han aprendido a vivir, y a vivir, y a vivir…