Rogelio se colocó su gafete en el cuello frente al espejo de su departamento. A pesar de estar encantado con su puesto en la NASA, tenía el estómago hecho un nudo por los nervios de completar la misión en la que había trabajado junto con su equipo durante años. Le dio un par de sorbos a su café y estaba listo para ir a la oficina a conquistar el espacio exterior.
Su vida en Houston, Texas le parecía espectacular después de haber crecido en un pueblo pequeño, aunque no tenía el encanto de su natal Xilitla, San Luis Potosí, donde vivió hasta que salió de la prepa. Extrañaba las tardes serenas con sus amigos, el buen café, y a Mayte, el amor de su vida, a quien conoció en la cafetería cerca de la escuela y quien lo rechazó cuando le pidió que se mudaran a la Ciudad de México para que él estudiara su ingeniería. Desde entonces él se había divorciado ya un par de veces, pero el recuerdo de su novia de juventud le traía paz aún en sus días más ajetreados.
—Comandante Martínez, estamos listos para comenzar la transmisión —dijo uno de los becarios del programa de la sonda espacial que mandaría imágenes a la Tierra desde el borde del Universo por primera vez en la historia.
—Muy bien, equipo, esto es lo que hemos estado esperando desde el día del lanzamiento —contestó Rogelio, con entusiasmo—. Toda nuestra vida, para algunos.
Los aplausos y los gritos de júbilo no se hicieron esperar cuando las imágenes comenzaron a aparecer en las pantallas del centro de comando. La emoción de formar parte de un logro tan trascendente era abrumadora y los miembros del equipo especial de la misión Revelation admiraban cada fotografía con lágrimas en los ojos.
Poco a poco, el regocijo se convertía en asombro y desconcierto conforme llegaban más imágenes.
—¿Están viendo lo mismo que yo? —preguntó confundido el ingeniero en telecomunicaciones de la misión.
—Estamos en una burbuja —declaró Rogelio, atónito—. Llegamos hasta aquí para confirmar que nuestro Universo es parte de un cúmulo de burbujas colindantes.
Las implicaciones de lo que acababan de ver eran demasiadas para procesarlas en ese momento. «¿Los universos vecinos serán como el nuestro?», «¿En cuántos de ellos habrá vida inteligente?», «¿Qué hay más allá de la última burbuja?», se cuestionaba Rogelio entre tantas cosas. Sin embargo, no pudo pasar por alto la similitud que apreciaba entre el cosmos y las burbujas que se forman en la superficie del café, esos racimos de ampollitas que flotan en la oscuridad de una taza de la bebida que tanto le recordaba a su hogar, a sus amigos y a su amor perdido.
Después de la vorágine de conferencias de prensa y presentaciones en programas de televisión hambrientos de información sobre Revelation y sus efectos en la sociedad, Rogelio decidió regresar a Xilitla para pasar unos días tranquilos. Sus lazos en el pueblo se reducían a sólo memorias pues su familia se había mudado lejos de ahí tiempo atrás. Sus amigos habían hecho vida en otros lugares y formaban parte de otras historias que no lo incluían a él, pero eso no lo detuvo de terminar su recorrido melancólico en el café donde compartió tantas risas con ellos, y donde vio por primera vez a Mayte.
El aroma del café al poner pie en la cafetería que recordaba con tanto cariño lo transportó a otra época de su vida en donde su preocupación más grande era conservar sus becas académicas. Rogelio caminó hacia la terraza y ocupó una de las mesas al aire libre que en sus tiempos eran tan cotizadas.
—¡En seguida lo atiendo! —gritó una mujer, apurada en su camino hacia la terraza—. Hoy tenemos descuento en los capuchinos y en el café de grano.
—¡¿Mayte?! —balbuceó Rogelio, sorprendido—. ¿Sigues trabajando aquí?
—Bueno, sí, pero ahora la cafetería es mía —contestó ella con una sonrisa—. No te había reconocido, Rogelio.
Él siempre había soñado con toparse con Mayte algún día, pero nunca pensó que fuera a suceder. Tuvo tantas charlas imaginarias con ella que, al tenerla enfrente, no sabía qué decir. Lo cierto era que su rechazo lo había dejado atrapado entre el dolor y la añoranza.
—Pensé que ya no te encontraría aquí —susurró Rogelio—. ¿Qué pasó con todos los planes que tenías en la prepa?
—El de los planes y el futuro brillante eras tú —respondió Mayte—. Yo debía quedarme aquí a cuidar a mi mamá cuando enfermó y no quería detenerte.
—Me engañaste —afirmó molesto—. ¿Por qué no me dijiste?
—Porque te habrías quedado aquí conmigo —contestó ella.
La cafetería se había convertido en el universo de Mayte cuando el mundo avanzó y la dejó atrás. Para Rogelio, ese café era el recuerdo que daba dulzura a su universo interno. Las imágenes que había visto en el centro de comando de la NASA le habían dado una pista, pero fue hasta ese momento que quedó convencido de que, sin lugar a dudas, el cosmos es un café.